Aquel turco, vendedor ambulante - Argentina Provincias - Ricardo Biglieri

Como ocurre siempre, los relatos de Ricardo Biglieri nos traen recuerdos de otras chacras, otras provincias, la misma pampa ubérrima. He conocido en Isla Verde, Provincia de Córdoba, al “Turco Mata” que pasaba por la chacra de mi Tía María. Si le vendía algo que no le salía bueno, cuando volvía al mes siguiente, mi tía lo esperaba con un “Yo lo voy a matar, turco Mata”. Muchos eran sirios libaneses, del Valle de la Bekaa, que comparten ambos países. Todos llegaban con pasaporte turco, que dominaba la región a comienzos del Siglo XX. Pero el de esta historia tan bien amasada por Ricardo… es un turco!.
El Turco Elías y su fe en el futuro
Fines de la década del treinta del siglo pasado. El “Turco Elías” todos los meses llegaba a nuestra chacra, situada en un campo lejos de la población más próxima, con sus dos “atados” de ropa al hombro, dispuesto a ofrecer las telas que luego mi madre le daría forma en su máquina de coser.
Pero antes de seguir adelante, trataré de hacer una semblanza del personaje de esta narración. Procedía este joven de la ciudad de Ankara, en su Turquía natal, país que por estar entre la transición de Europa y Asia, había sufrido cruentas luchas étnicas y de posesión territorial, aunque encarrilándose por mil novecientos veinticinco, estaba situada en el mapa geopolítico en una situación comprometida.
Sin embargo, una década posterior a ello, si bien se había conseguido mantener neutral de la conflagración bélica a punto de estallar, empujaba a jóvenes a emigrar en busca de la ansiada paz que regiones como América les ofrecía, según noticias que les hacían llegar sus amigos que allí residían. Así fue que Elías, formó parte de esa pléyade que huía del terror de la metralla y con unas pocas liras turcas llegaba con sus diecisiete años a estas tierras.
Sin experiencia en oficio alguno, para ganarse su sustento, atinó a lanzarse a las calles a vender ropa, elemento que otros connacionales le proveían sin cargo hasta su posterior comercio. Su espíritu mercantil, común a los de aquella región, anidado en sus genes, hizo que viera en la llanura pampeana, campo fértil para su negocio.
Como había pocos medios de movilidad y la distancia a la ciudad era considerable, llevaba él las telas a las chacras donde la dueña de casa le hacía sus compras. Mi madre le había tomado especial afecto, por su manera de hablar, un castellano a media lengua y se había constituido en una de sus principales clientes. Todavía la recuerdo, sentada al pie de la vieja Singer, cosiendo para nuestra indumentaria diaria, ya que por razones económicas, realizaba en casa la ropa de trabajo, como en general se acostumbraba en esa época.
Luego de regatear por cinco centavos el valor del metro, siempre pedía algo mayor del precio, para luego rebajarlo y quedar bien con los clientes. Me parece verlo extendiendo sobre un lienzo sus telas, agujas, puntillas, botones y toda clase de menesteres relacionados con la confección que surgían de su tienda ambulante. Les tenía terror a los perros y desde lejos se oía su vos, anunciándose para ponerse a salvaguardia de los canes.
Fueron pasando los años, hasta que un día apareció con una “jardinera”, vehículo de dos ruedas, tirado por un caballo, el cual pastaba en nuestros potreros esa noche, pues su dueño se había ganado la confianza y pernoctaba siempre en casa. Con mayor espacio físico, agregó jabones de tocador, perfumes y algo de ropa de confección, diarios, catálogos de zapatos, que luego traía a pedido, amén de extender sus ventas en un radio más amplio, aumentando su gama de clientes.
A estos entretenía contando cosas de su país, desde la meseta de Antioquía, famosa por su producción de lana mohair, la producción pesquera, hasta los conocidos kepis, que se encargaba de preparar con un trigo especial con asombrosa maestría. Para todo esto el amor le llegó con una joven de su Turquía natal, formando un matrimonio que con el correr del tiempo se vio alegrado con la llegada de dos hijos.
Con el nuevo estado civil los requerimientos económicos fueron mayores, por lo cual, decidió a expandir su negocio. Un día se apareció con una camioneta toda destartalada, pero su recorrido habitual lo había extendido, agregando cosas a su venta, tales como comestibles, juguetes, golosinas y todo lo que una persona podía imaginar y que en esos tiempos estaba en las necesidades de consumo de la familia. Vivía en un pueblo de campo, donde su mujer atendía una pequeña mercería y con el producido de ambos negocios sobrevivían, pero a él algo le taladraba la cabeza.
Deseaba darle una base profesional a sus vástagos. Ellos ya tenían edad para ir al secundario, tomó la decisión de irse a cierta ciudad con alguna Facultad para proseguir los estudios de sus hijos después de terminar dicho ciclo. Todo el pueblo sé hacia cruces, pensando en el error que estaba cometiendo, ya que las grandes urbes fagocitan la situación económica de muchos que llegan a ella, con la idea que el dinero allí se obtenía fácilmente.
Los años fueron avanzando vertiginosamente, así que su figura se fue perdiendo en olvido. Ya nadie se acordaba de aquél turco, de hombros encorvados por el peso de la ropa que sobre ellos llevaba, ni de su media lengua al hablar. Pensábamos que habría ido a recalar en una villa, destino cruel de muchos que marcharon dejando su terruño, cegados por los oropeles de la gran ciudad.
Cierto día que por razones de salud nos encontrábamos en calle San Luis, de la ciudad de Rosario, un imponente edificio llamó mi atención: A más de dos relucientes placas de bronce ostentando el título de médicos especialistas, veo a continuación una vidriera de por lo menos quince metros de largo, con una inscripción dorada que decía: “CASA EL TURCO ELIAS” - Ropa Informal - Mayorista
¡Era él! Abrazos, lágrimas que surgen, recuerdos, la jardinera, su ausencia... Los años habían pasado dejando su huella, pero el fruto de su esfuerzo lo veía. ¡Cuánto se puede hacer en este país, cuando hay ganas de trabajar! ¿Verdad?
Ricardo Biglieri, Pergamino, Provincia de Buenos Aires, Argentina
Eduardo Aldiser (Introducción)
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