El Almacén del gallego - Argentina Provincias / España

Y lo hace por partida doble, con este relato que hemos escuchado en su programa `Yo te cuento Buenos Aires´ que se difunde los viernes, de 12 a 14 hs. en `Conexión Abierta´ desde Buenos Aires, Argentina, al mundo. Y suya es también la ilustración de esa esquina de barrio con el “Almacén Rías Baixas” que ha existido, que lo ha retenido en la memoria y plasmado con colores y emociones…
“Don Francisco”
De Roque Vega
El almacén, con despacho de bebidas, es parte de la vida cotidiana de mi barrio, está situado a media cuadra de la plaza, sobre la cortada que da hacia río. Ese edificio y don Francisco, su dueño, son la misma cosa. En su interior, aun están los grandes mostradores con cajones vidriados, donde otrora se exhibían los fideos, azúcar, arroz, yerba, harina, polenta... Ahora, en su lugar, como corresponde por los tiempos que corren, todo empaquetado y la indescifrable señalización de rayitas.
Sobre el mostrador, brillan las balanzas. Junto a una de ellas, los cobertores de cristal para el dulce de batata, membrillo y el queso de cáscara roja. Y allá, sobre las latas de galletitas, colgados los jamones y salamines.
Sobre el costado derecho del almacén, las botellas de aceite, los vinos y las gaseosas, un poco más allá, el expendedor, ya sin uso, de kerosene.
Disimulando la puerta, una desteñida cortina de pana roja, detrás de ella, el despacho de bebidas, sobre la calle grande. Una docena de mesas, mostrador, anaqueles con botellas. Sobre el estaño, un gran frasco con aceitunas, y junto a este, el infaltable con maníes. Hacía la izquierda, la máquina de café, y al centro, el tirador de cerveza.
Si, todo eso es parte de nuestra historia, forma nuestra escenografía interior, creando el mundo que nos identificó con el barrio, en el palpitar de cada esquina. Sobre la calle, terminando el despacho de bebidas, la puerta que lleva a la vivienda del almacén. Mil veces fuimos con los muchachos hasta esa puerta, es que los hijos de don Francisco ¡Juegan bien al futbol! y esto es un barrio.
Y si, desde la escuela que venimos jugando, el inconcluso campeonato con sabor a potrerito de la esquina. A media cuadra del almacén, está la plaza, y en la esquina de enfrente, el baldío, el famoso potrerito, el que tantas veces arreglamos, si, era nuestra bombonera y nuestro monumental, de la infancia. Los viejos pusieron algo de guita y lo alambramos, ¡es para el campeonato! Los domingos a la mañana, la purretada con sus viejos y hermanos, festejaban junto a nosotros.
Luego el bullicioso mediodía de barrio, el asado o los fideos, todos a la mesa, junto a la radio, que, presentía el partido de la tarde. Pero eso lo contaré después, ahora, quiero hablarles de don Francisco y Pilar. Son los viejos de Carlos y Alberto, los pibes del almacén.
Don Francisco es un tipo callado. Siempre se lo ve prolijamente vestido, afeitado, peinado. Es muy serio, derecho, hombre de palabra. Conducta que lo llevó, ha ganarse el respeto del barrio. Según tengo entendido por sus hijos, es muy exigente en la casa, con eso de los horarios, estudios y sobre todo, el respeto a su mujer, rayando en la adoración. Jamás se lo ve solo, don Francisco y Pilar, son una sola persona.
El barrio tiene momentos mágicos, días especiales; cuando, espontáneamente todo fluye transparente, como el aire entre los árboles. Y fue en uno de esos días que me enteré.
Nadie sabe que lo escuché. Si, escuché a don Francisco, cuando, a ese señor que, sentado a la mesa junto a la puerta del despacho de bebidas, él, tomándole las manos, le dijo:
-¡Que Dios nos perdone!
Un segundo después, llegó Pilar, se sentó a la mesa, junto a ese señor.
Si, escuché a don Francisco, cuando decía:
-"Pilar, era mía desde antes de aparecer ese mocito. El monte y el olivar, son testigos de nuestro secreto amor. Ella, una niña de quince años, y la casaban por la fuerza. Yo veintidós, y enamorado como los pájaros de la aurora. Eso es Pilar para mí, la aurora de mi vida, la promesa del despertar, la plenitud del sol que hace germinar la naturaleza. Cientos de veces, durante el silencio de la siesta, vibró nuestra oculta pasión. ¡Dime! ¿Quien puede frenar el ímpetu de dos enamorados? ¡Fue, un amor prohibido ¡un gigantesco torbellino! ¡El fuego de cien volcanes, entre ojos acusadores!
Después ¡después aquella noche! Corrimos camino abajo, luego el tren, el puerto y esos interminables días en medio de la tormenta que azotaba. Viajamos abrazados, casi sin hablar. Ambos escapados. ¡Y yo, el ladrón! Le robé la dicha a ese mocito, que apenas conocía. Ya ves, para continuar, fue necesario que ambos, dejáramos el pasado en otro lado, más allá del mar ¡Y así fue! Bajamos del barco. Asustados ante esta ciudad, caminamos hasta salir del puerto. Cada cual con su bolsa en la mano. Apenas algunas cosas logramos sacar aquella noche.
Temerosos nos hundiendo en la ciudad. Cuadra tras cuadra mirando aquí y allá. Ya Dios nos llevaría hacia algún destino, dijimos sin soltarnos las manos, y fue así que, ese cartel “Se alquila pieza y cocina” nos dio el primer respiro.
Nos atendió la señora Aída, al mirarnos supo de nuestra ansiedad, tal vez presintió el secreto. Su marido, era dueño de un almacén y despacho de bebidas en Avenida Centenera, dos días después de llegar, yo estaba trabajando en ese local. Con el tiempo y la convivencia, nació una buena amistad entre nosotros. Luego, Pilar comenzó con su trabajo de costura.
Alberto ya estaba en el colegio, y Carlos, apenas caminaba cuando compramos este negocio. Es que ahora, los domingos no abrimos el almacén, acompañamos a los muchachos. Comenzaron a jugar allá, en el baldío, y ahora, ¡ahora estamos orgullosos de ellos!"
Pilar, extrañada, observaba a su marido, sin comprender el porque, justamente él, contaba esa historia al desconocido. A Pilar le corrían las lágrimas. Fue cuando don Francisco señalando al hombre, dijo:
"Recuerda mujer, al más pequeño de tus hermanos, antes de escapar, lo abrazaste fuerte, ¡muy fuerte! Ambos le mentimos diciendo que iríamos a buscar golosinas. ¡Oye pequeño! ¡No hagas ruido! ¡No digas nada! solo silencio y espera tranquilo aquí. ¡Te traeremos muchas golosinas! El niño quedó junto a la ventana. Unos pasos por el camino y le enviaste un beso al roce de tu mano, luego, corrimos hasta desaparecer. Cuantas veces lo pensamos, el niño, habrá quedado esperando junto a la ventana, hasta que la mañana, se encargó de contar la verdad".
Rodaban las lágrimas por el rostro de Pilar, cuando don Francisco señalando al desconocido le dijo.
-¿No lo abrazas mujer?... ¡Abrázalo! ¡Aun espera la golosina de tu cariño!
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