Marta Susana Siciliano en Argentina Provincias - Un lejano paisaje pampeano

Marta Susana Siciliano es y desarrolló su carrera docente en el Partido de Pergamino, Provincia de Buenos Aires, en la pampa de Argentina, viviendo entre su infancia y ahora mismo, en pueblos y campos en torno a El Socorro y Manuel Ocampo. Su labor como maestra y directora de la Escuela N° 3 de Manuel Ocampo, la complementó con dos pasiones, la lectura y la escritura. Como poeta y escritora tiene muchos premios en su haber, al que suma la dicha de haber conocido personalmente o a la distancia, a tantísimos amigos, con sus mismas pasiones y vocación.
Un día nos contó en este relato Pampa Argentina. La luz mala, toda una tradición una experiencia que ha vivido mi padre por su lado, y yo mismo con mi madre y otros familiares, por otro. Sólo los que vimos esa luz poderosa no lo tomamos a risa, ni creemos que sea una simple leyenda. En otra ocasión nos habló de un vecino de Manuel Ocampo que es toda una celebridad en el mundo científico, no solo de Argentina, y que nos permitió con su ayuda homenajearlo en su partida Recordando a un argentino talentoso, Guillermo Oliver.
Siempre difundimos en nuestros espacios en redes sociales como Argentina Mundo o Argentina Provincia 25, sus aportaciones en eventos culturales, citas y concursos literarios, etc. con los que nuestra amiga pergaminense continúa dándose a la sociedad y a ese entorno pampeano, fértil y de una belleza especial. Precisamente hoy llega con una semblanza de esa vida de campo, vista desde los recuerdos de su niñez. Sobre el mismo partido bonaerense se refieren en nuestro portal amigos suyos, como los son Ricardo Biglieri o Elida Cantarella, con trabajos en prosa, y Adolfo “Vasco” Zabalza en versos. Éste es su relato que, seguramente, traerá recuerdos y evocaciones en aquellos que vivieron o conocieron estancias y chacras de la pampa rioplatense.
Un paisaje que no olvido
Un paisaje lejano, distante en el tiempo, llega y se apodera de mis pensamientos. Fragmento de llanura surcado por espejo de agua, reverdecido en primavera, ocres, dorados en otoño y aquella infancia que hoy regresa cuando es otoño en mi piel.
Veo a mi madre en la batea, el rancho agreste, el fuego ardiente y la chimenea conversando con la brisa, mirando al cielo, como enviando un mensaje. El caballo manso junto al arreo –¡Ahí va mi padre!-. El aljibe, fiel anfitrión y el molino con los brazos abiertos recibiendo al que llega.
Cuenta mi madre que cuando yo iba a nacer, como vivían en el campo, unos cuarenta kilómetros de la ciudad, don Juan, un vasco muy servicial, le había prometido que cuando llegara el momento del parto, él la llevaría en su auto al hospital de Pergamino. Para ello, mi padre, tenía reservada una damajuana con diez litros de nafta. “Porque esas cosas siempre ocurren de madrugada” – decía- Y no pudo ser de otra manera. A las tres de la mañana llegaron los primeros síntomas. Pero lo peor era que había llovido torrencialmente y el camino que debían transitar, era todo de tierra. Pero don Juan con su acento español y un corazón increíble, se dirigió a mi padre: “No te preocupes Alberto, le coloco las cadenas a las ruedas y llegaremos bien”. Y así fue que en esa mañana de un febrero muy lluvioso, asomé a la vida.
Cuando apenas tenía un año, mi entretenimiento favorito era cuando mi madre montada en el cabello alazán, sacaba agua del pozo para los animales. Yo, sentada en una manta sobre el pasto, observaba la rondana que iba y venía y el balde ascendía y formaba una cascada al volcarse en los bebederos. A lo lejos, la arrollada de punas atravesaba el campo en frenética carrera. Los teros eran los guardianes del rancho y al mismo tiempo anunciaban las visitas del domingo por la tarde.
Una imagen que perdura en la bitácora de mis ojos, es la silueta del linyera dibujada en el horizonte. En esa época aparecían bastante seguido. Cuando yo lo veía acercarse, corría a esconderme por el miedo, mientras mi madre lo atendía amablemente y le daba agua y comida para que se retirara lo antes posible. Muchas veces me preguntaba “por qué nunca había visto una mujer linyera”. Por suerte, esos místicos personajes han desaparecido hace tiempo y no les alcanzó la competencia de género.
Una sensación que llega y es un tren que se aleja sin retorno, es la imagen del monte de duraznos y el sol de aquel verano. Yo caminaba feliz sorteando matorrales, como un perro sediento tras el balde cargado de frutos amarillos, dulces, pulposos y ese aroma inolvidable… “¡Qué triviales los escollos de la infancia y cuán gigantescos en ese entonces me abrumaban!..”
Aquel paisaje es un remanso mezcla de paz y nostalgia donde la vida se detiene por un instante y me traslada a la dimensión perdida. Ese paisaje que hoy regresa, tímidamente, como pidiendo permiso para instalarse en mis retinas, es Manantiales, el lugar donde nací.
Marta Susana Siciliano, Manuel Ocampo, Pergamino, Argentina
Muchas gracias Marta...
De esta autora bonaerense:
Eduardo Aldiser
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