Roberto Coya Chavero en Argentina Folklore - Memoria íntima de Yupanqui

Y así es… en una tardecita más serena y serrana de Cerro Colorado, se nos ocurre que el Centro Cultural Agua Escondida, nombre y espacio físico que evocan `refugio´, encontrarse con uno mismo… tal vez mateando nos está esperando el `Coya´ Chavero… argentino, folklorista
Gracias Roberto por citarme a la distancia en este lugar de mi querida provincia de Córdoba… y le entro nomás al tema… ¿Te comentaba Don Ata, tu padre, el por qué eligió este lugar tan recoleto para vivir… ni en su lugar de nacimiento, Pergamino… ni en su Tucumán adoptivo…?
Mi Tata había dejado su Tucumán adoptivo por diferencias políticas con personas allegadas que habían empezado a simpatizar con el fascismo. Entonces, unos amigos de la ciudad de Córdoba, amantes de lo criollo, le propusieron conocer un paraje con pinturas aborígenes, a las que había referido Leopoldo Lugones, uno de los grandes escritores argentinos.
Así fue como llegó aquí. Era un paraje prácticamente deshabitado, de dos o tres casas, con criollos que “bajaban” desde los campos serranos a hacer sus compras para la semana a caballo o en sulky, armaban ruedas para conversar, vinito de por medio y por ahí aparecía una guitarra y, como varios de ellos eran guitarreros, alegrías penas y esperanzas se iban desgranando por un rato, mientras la noche pasaba con su tranco lento.
Mi padre empezó a regresar al Cerro en varias ocasiones para compartir la simple vida rural. Uno de los guitarreros del pago, Patricio Barrera, le preguntó si no podía ir alguna vez a su casa pues su padre estaba postrado y quería escuchar su guitarra. Así lo hizo, no una, sino varias veces, y el hombre, agradecido le regaló ese pedacito de tierra, esa esquina maravillosa que hacen el río y la sierra y que hoy es Agua Escondida.
Vayámonos a tu lugar de nacimiento… tu niñez… De ella, ¿Cómo lo recuerdas con imágenes de entonces a tu padre? ¿Cómo discurrían los días cuando no tenía actuaciones…?
Nací en Buenos Aires, en pleno Barrio Norte. A los dos meses mi padre se marcha al exilio y en un marco de mucha pobreza, mi madre me lleva al Cerro Colorado mientras se iba construyendo, con algunos de sus ahorros, una piecita, un bañito y una cocinita, de piedra. Uso el diminutivo pues la construcción no tiene más 30 ms. cuadrados.
Nos hospedaba Patricio Barrera en una pieza y de allí trepando una por una piedra me llevaba caminando hasta el lugar en que se construía la casa. En medio de un monte de espinas trabajaban unos vecinos apilando piedras en un espacio que habían limpiado. Hombres fuertes, callados, de sonrisa fácil, educados, respetuosos. ¿Te imaginas mi madre, viviendo una vida que jamás había soñado? Seguramente esto después se tradujo en las melodías que compuso, instrumentales o para musicalizar algunas de las letras de mi padre.
Aprendí allí mi lengua materna, el francés (mi madre era francesa), mezclado con vocablos de uso lugareño, diría una especie de castellano-cordobés del norte. Ese fue mi mundo hasta mi edad escolar. Mi padre regresó al tener yo unos tres años y medio. Fue una bendición vivir esa etapa en el Cerro. Siempre me sentí protegido por su naturaleza agreste y dura.
En ese tiempo, ya regresado, mi padre debió actuar y vivir en la clandestinidad, pues cada tanto era detenido por la “Sección Especial” (secuestrado en realidad, pues no se registraban estas detenciones clandestinas), de modo que nuestra vida siguió así hasta mis ochos años. Fui al Colegio Francés de Buenos Aires y mi padre pudo darme su apellido, ya que se terminaron las persecuciones al caer el gobierno de Perón.
Habiendo tenido una infancia solitaria, amaba el colegio, jugar con otros niños, aunque tenía un impulso agresivo que a veces me llevaba a agarrarme a trompadas con mis compañeros. Me veo, hoy, como un niño con muchísimo miedo (veía un policía y decía “mira, la Gestapo Mamá”) y que solo recuperaba su paz en el Cerro Colorado. Era buen alumno pues mi madre, con su tenacidad normanda, me imponía el estudio. De modo que Cerro Colorado y estudiar eran mi mundo.
Las cosas mejoraron con la posibilidad abierta (aunque no demasiado en el país) de trabajar para mi padre. Iba y venía cumpliendo actuaciones y su regreso a casa significaba para mí caricias, abrazo y sentir un poncho sobre mi cuerpo al dormirme en un sillón junto a una dulce melodía zuzurrada por su guitarra. Llegaban sus cartas que mi madre atesoraba una a una, en prolijo orden, como quien recoge los pétalos de una flor que se desgaja para que, aún sin aroma y sin forma, no deje de ser flor.
A mis ocho años, nos mudamos a un barrio: “Las Cañitas”. Era un lugar de terrenos baldíos, con el hipódromo de Palermo a una cuadra, los studs que guardaban a los caballos alrededor y con el club hípico a unos metros. Mis vacaciones las pasábamos todas en el Cerro Colorado.
Hubo en ese momento, tensiones, pues mi padre no estaba de acuerdo con ese cambio de un barrio como Monserrat a Palermo de clase media más alta. Pero mi madre se sostuvo en lo suyo. Además era un buen premio a su coraje y a su tenacidad apoyando a mi padre “en la pobreza y en la adversidad”, siendo como era, una persona que venía de una clase alta burguesa, nacida en Saint Pierre et Miquelón, territorio francés de Canadá y criada en Granville y Caen, con ama de leche, gobernanta, mucamas, cocineras etc.
Allí conocí eso de ir a jugar a la calle, con otros niños, armar una canchita de fútbol en el baldío, “colarnos” en el club hípico para ver los torneos de salto y escuchar, en las madrugadas, los cascos de los caballos de carrera retumbando en los adoquines rumbo a las pista de Palermo.
Roberto, en un rato la seguimos… intuyo que te queda mucho por contarnos para conocer más de Don Ata, la Fundación y tu vida…como lo vienes haciendo en este diálogo desde Cerros Colarados, con tus sentires a flor de piel, mientras nos quedamos escuchando la Milonga del Solitario…
Milonga del solitario
Letra y música de Atahualpa Yupanqui
Me gusta de vez en cuando
perderme en un bordoneo,
porque bordoneando veo
que ni yo mismo me mando.
Las cuerdas van ordenando
los rumbos del pensamiento,
y en el trotecito lento
de una milonga campera
va saliendo campo afuera,
lo mejor del sentimiento.
Ninguno debe pensar
que vengo en son de revancha,
no es mi culpa si en la cancha
tengo con qué galopear.
El que me quiera ganar,
ha `i tener buen parejero,
yo me quitaré el sombrero,
porque así me han enseña`o,
y me doy por bien paga`o
dentrando atrás del primero.
Siempre bajito he canta`o
porque gritando no me hallo
--grito al montar a caballo
si en la caña me he bandea`o
pero tratando un versea`o
a`nde se canten quebrantos,
apenas mi voz levanto
para cantar despacito,
que el que se larga a los gritos
no escucha su propio canto.
Si la muerte traicionera
me acogota a su palenque,
háganme con dos rebenques
la cruz pa` mi cabecera;
si muero en mi madriguera
mirando los horizontes,
no quiero cruces ni aprontes,
ni encargos para el Eterno,
tal vez pasando el invierno
me dé sus flores el monte.
Toda la noche he cantado
con el alma estremecida,
que el canto es la abierta herida
de un sentimiento sagrado,
a naides tengo a mi lado
porque no buscó piedad,
desprecio la caridad
por la vergüenza que encierra;
soy como el león de las sierras,
vivo y muero en soledad.
Las otras notas de esta charla con Roberto `Coya´ Chavero
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Desde Argentina, charla con Roberto `Coya´ Chavero. Memoria íntima de Yupanqui -2-
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Argentina al Mundo, recorriendo la historia de Atahualpa Yupanqui junto a Roberto "Coya" Chavero
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